Haiti. Recordando Port au Prince
En Abril de 2007 viajé a Haití como consultor para un proyecto de mejora del casco viejo de la ciudad de Jacmel, situada al Sur de la capital Port-au-Prince. Después vino el terremoto de 2010 y las catástrofes se siguen sucediendo en ese país. Preocupado por los amigos que allí he dejado y por su futuro, quiero rescatar las imágenes y el texto que publicaba en 2008 como recuerdo de la profunda desigualdad que conocí y los ánimos de muchos que luchaban por su mejora.
Port-au-Prince se ha desarrollado en el último cuarto del s.XX de forma desordenada, dominado por establecimientos informales situados en los márgenes de sus vías y entorno a un anillo de distritos que parten del centro político de la ciudad. Aproximadamente 1,3milliones de personas viven en el capital, y 3.5 millones en la zona metropolitana. Los casi 80% de habitantes de la ciudad viven bajo el umbral de la pobreza y la mayoría de residentes no tiene trabajo fijo o está infraempleada. Un 40-85% estimado de los residentes metropolitanas vive en refugios y chabolas carentes de infraestructuras y servicios básicos, sin saneamiento, sin agua, ni luz y sin control de su propiedad. Muchos de estos asentamientos forman conjuntos densos y muy poblados, tales como La Saline, Bel-Air, Martissant, Cité Soleil, en los que la informalidad de su desarrollo se completa con una organización social de supervivencia, lugares improvisados de intercambio de productos, o servicios básicos. Esa extensión informal sigue absorviendo la rápida inmigración hacia la capital, creciendo en las áreas periurbanas y alrededor de otros suburbios de clase media tales como Pétionville, Delmas y Carrefour.
La falta de planeamiento y el desarrollo imprevisto de la urbanización del área metropolitana se agudiza por la falta de gobernabilidad, la carencia de capacitación, la ausencia de control y administración ineficaz del suelo. Además de graves problemas ambientales (saneamiento, aguas residuales, desastres naturales y humanos, incendios y huracanes), con una economía de subsistencia, inseguridad, sin infraestructuras y servicios, e inestabilidad sociopolítica.
Viajando a lo largo de las vías principales de la ciudad el paisaje se percibe como un conjunto de fragmentos urbanos, compuesto por construcciones inacabadas situadas entre colinas, por donde camina la gente que intercambia sus mercancías. En los suburbios de la clase media no hay actividad pública en las calles, esta queda oculta entre muros que encierran sus restaurantes y exclusivos hoteles, tiendas, edificios y casas, negando la convivencia y construyendo una ciudad individualista refugiada en el miedo a la violencia.